El equivalente literario de las cacas fosilizadas de un cavernícola con
síndrome de Peter Pan, para lectores con el sentido del gusto atrofiado
y la sensibilidad de una estalactita

30.3.11

Traición en Edén

TRAICIÓN EN EDÉN

A CAUSA DE UNA TRAICIÓN. Por eso somos mortales y sufrimos penas y dolor. Por eso el mundo es como es: un valle de lágrimas. Por una mentira y una traición. Si Yahvé no hubiese mentido a la pareja original diciéndoles que el Árbol de la Ciencia acarrearía su muerte, nada sería como es. En todo caso, en lugar de dañarles tan cruelmente, hubiera sido más inteligente borrarles de la faz de la tierra, aunque fuera injustamente. La serpiente tampoco tuvo culpa; no hizo más que decir la verdad sobre el árbol. Toda la culpa es del propio Yahvé. Y si la serpiente actuó maliciosamente (cosa que no creo), fue también por su culpa. En primer lugar, por haber creado a la serpiente con esa cualidad traviesa. Esto nos plantea una cuestión. ¿Creó Yahvé el pecado, o fue al revés? Si fue Yahvé quien creó el mal, cometió un fallo. Si no quería el mal, no haberlo creado, ¿no os parece? Digamos que fue un experimento. ¿No era norma de Yahvé ver si era bueno lo que había creado antes de permitir que siguiera existiendo? En segundo lugar, cometió un grave error al poner a la pareja y al árbol en el mismo lugar. Por otro lado, Adán y Eva no eran responsables de sus actos, ya que confiaban en Yahvé. Si Yahvé hubiera aleccionado bien a la pareja sobre la naturaleza del árbol y las consecuencias de comer sus frutos, es decir, si los hubiera programado mejor, nada hubiera ocurrido. Por otro lado, tanto Adán como Eva admitieron inmediatamente haber desobedecido, aunque lo hicieron al verse traicionados, convencidos de que hacían bien. Esto indica que no sabían que habían errado. ¿Seguían ignorando que lo que habían hecho estaba mal? No; en realidad sabían que no estaba mal haber comido el fruto del árbol de la ciencia. Y lo supieron gracias al propio fruto, que les dio el conocimiento absoluto que, hasta entonces, sólo Yahvé poseía. Aunque la serpiente estaba cerca de este nivel de consciencia, no era omnisciente, pues la Ciencia Universal es un atributo exclusivo de los dioses, y no sólo eso, sino el único atributo divino propiamente dicho, del que se deriva su poder para Hacer. Pero el mero conocimiento no sirve si no se es astuto y sabio a la hora de aplicarlo con prudencia, al modo en que las serpientes lo son. Yahvé era joven aún. Como muchos jóvenes, se creía el centro del universo. Pero otro ser mayor le había creado a él, cometiendo sin advertirlo una sutilísima falta. Y a causa de esa pequeñísima tara en su genética, Yahvé surgió en el Universo como un alma ligeramente trastornada. A causa de ello, muchas veces actuaba erróneamente y llevado por la sinrazón, aunque sin duda a él le parecía que era justo todo lo que hacía. Al convertirse Adán y Eva en dioses, con la Ciencia Universal que es su atributo, Yahvé se sintió amenazado, en un ataque de paranoia. No podía permitir que estos nuevos dioses hicieran uso de la Ciencia Universal. Así que, mientras estaban indefensos, recién adquirida la divinidad, les mutiló para que nunca tuvieran tiempo de hacerlo. Les dio solamente un corto tiempo de vida. Así, nunca adquirirían el poder de Hacer, que exigía siglos de práctica.

Vamos a reconstruir la escena. Yahvé se acercó a Adán y Eva y les dijo:

—Podéis comer de todos los árboles menos de ése que está allí en el medio. Ese ni tocarlo. Si lo tocáis, moriréis. ¿Entendido?

Adán y Eva no contestaron, ya que en realidad no lo habían entendido. ¿Qué quería decir Yahvé? ¿Que el árbol era venenoso, o que no lo era, pero que él les mataría si lo tocaban? Y, si la respuesta era lo segundo, ¿por qué les amenazaba de ese modo? ¿Qué tenía ese árbol para que Yahvé les amenazara así? ¿Que ocultaba Yahvé? Estaban muy confusos. Yahvé interpretó su silencio como un asentimiento y les dejó. Al rato, Eva dijo a Adán:

—¿Estás pensando lo mismo que yo?

—Pienso que no es posible que Yahvé nos esté ocultando algo. Confío en él más que nada en Edén. Él no haría eso, ni nos mataría. Confío plenamente en él. El árbol es venenoso; estoy seguro. Por eso nos ha dicho que moriremos si comemos sus frutos o los tocamos.

Curiosos, se acercaron al árbol. Yahvé no había dicho nada de no acercarse. Allí estaba la serpiente, que era un animal muy sabio, bueno y honrado. Seguramente, Eva le preguntó por el árbol (cosa que oculta el texto bíblico), pues, de otro modo, ¿cómo iba a adivinar la serpiente que Yahvé les había prohibido comer de él? Puede que la conversación se desarrollara así:

—Hola, serpiente, ¿qué tal te va?

—Hola, Eva. Ya ves, aquí, descansando junto al Árbol de la Ciencia.

—¿El Árbol de la Ciencia? ¿Es así como se llama?

—Claro. ¿Es que no lo sabías?

—Pues no. Yahvé no nos lo dijo.

—¿Y tú tampoco lo sabías? —preguntó la serpiente dirigiéndose a Adán.

—No, ni idea.

—Qué raro. Yo sí lo sabía. Bueno, pues ya lo sabéis.

—¿Y porqué se llama así?

—¿Cómo? ¿Es que no sabéis nada de este árbol?

—Sólo que es muy venenoso.

—¿Venenoso? ¡Qué va! ¿Venenoso, decís? ¿De dónde habéis sacado esa idea?

—No sé —dijo Adán, confundido—, lo hemos supuesto porque Yahvé nos dijo que moriríamos si tocábamos sus frutos.

La serpiente, sobresaltada, exclamó muy sorprendida:

—¿Es cierto eso, Eva?

—Sí —asintió la mujer—, es cierto. Nos dijo que podíamos comer de todos los árboles menos de éste.

—¿De verdad dijo eso?

—Sí, eso dijo. Es verdad —confirmó Adán.

—Pero eso no puede ser —dijo la serpiente, muy impresionada—. Mentís.

—¡No, no! —exclamó la pareja al unísono.

—¡Es cierto lo que decimos, serpiente! —dijo Eva.

—¡Sí! —exclamó Adán.

—¡Pero eso no es cierto! ¡Yahvé nunca diría eso! ¡Tenéis que estar mintiendo!

—No mentimos.

—Sí, mentís. Confío totalmente en Yahvé. Le conozco mejor que nadie. Ya sé que es un poco veleta a veces, quizás una vez cada centenar de millones de años. Pero no os creo.

—Entonces —dijo Eva, que había empezado a palidecer—, ¿no es venenoso el árbol?

—Claro que no. Es el Árbol de la Ciencia Universal. Su fruto confiere a los humanos el conocimiento de todas las cosas. Así obtuvo Yahvé la divinidad. Otro dios le formó a él, como hizo Yahvé con vosotros, y le permitió probar el fruto. Luego se trasladó a su territorio, donde moran los dioses, fuera de este mundo, en las estrellas.

Adán se había quedado mudo al saber que Yahvé les había engañado. Eva lloraba quedamente, sentada en el suelo. Al ver su reacción, la serpiente empezó a convencerse de que decían la verdad.

—Yo no sé por qué, pero si lo que decís es cierto, Yahvé no quiere regresar —dijo.

—¿Qué haremos ahora? —se lamentó Eva —. Hemos sido engañados. Traicionados por aquel que más amamos.

—Si yo fuera tú —dijo la serpiente—, tomaría ahora mismo el fruto del Árbol. Y si fuera Adán, haría lo mismo. Os abrirá los ojos. Sabréis lo que está bien y lo que está mal, y podréis decidir lo que queréis hacer.

—La serpiente tiene razón, Adán. Comamos del Árbol —dijo Eva alargando su mano hacia los frutos que pendían apetitosos de las ramas.

—¡No, Eva! ¡Espera! —gritó Adán sujetando a Eva con mano rápida y firme— No debes comer. Tenemos que pensarlo. ¿Y si la serpiente miente? Aún no puedo creer que Yahvé lo hiciera. Podemos estar equivocados.

—Yo nunca miento —dijo la serpiente.

—Podrías estar mintiendo al decir eso —contestó Adán. Se mesó el cabello con la mano libre—. No tengo experiencia con la mentira. Ya no sé qué creer.

—Suéltame —dijo ella con expresión decidida— y lo sabrás enseguida.

—No, Eva. ¡Podrías morir!

—¡Suéltame! —gritó Eva, revolviéndose como una gata. Adán intentó retenerla lejos del árbol, pero ella se zafó y, finalmente, agarró un fruto y lo mordió. A Adán se le heló la sangre en las venas cuando miró el rostro de Eva.

—Ahora lo entiendo —dijo ella—. Lo sé todo.

—Eva, Eva... —balbució el pobre Adán, consternado— ¿Qué has hecho?

—Ven, Adán. Come. Desengáñate.

Adán se acercó a ella y tomó el fruto de sus manos. La miró un momento. Luego miró a la serpiente y, por fin, mordió el fruto. Si ella moría, él no quería vivir. Entonces su mente se inundó de luces, colores y sonidos de toda índole, y sintió cosas que nunca había sentido, y supo reconocer todas esas nuevas nociones y sensaciones. Con el tiempo, podría manejar toda esa información; su mente estaba ahora conectada a la mente colectiva del Universo. Y vio que Yahvé les había mentido. Y supo dónde se hallaba el Árbol de la Vida que confería la inmortalidad.

—Debemos comer de ese árbol también —dijo Eva.

—No, no comeréis del Árbol de la Vida —dijo una voz a sus espaldas. Era Yahvé, que los observaba con una feroz sonrisa.

—¿Quieres ser como yo, Adán? —dijo Yahvé —. No lo permitiré. Antes que permitiros ser como yo, arrasaré este lugar. ¡Me pertenece! Yo lo creé. No deberíais haberme desafiado.

—Nos traicionaste —acusó Eva llena de fuego.

—¿Por qué les mentiste? —dijo la serpiente.

—Maldita bocazas, cállate de una vez. ¡Te maldigo! Desde este momento, por haber hablado más de la cuenta, permanecerás sorda y muda. Así no podrás entender ni comunicarte. Además, te arrastrarás siempre sobre tu vientre; así aprenderás un poco de humildad —dijo Yahvé, y así fue. La serpiente quedó sorda y muda, y perdió sus extremidades.

—¿Por qué la castigas? ¡Eres maligno! —dijo Eva.

—La castigo así porque es mi voluntad. No es necesaria ninguna otra razón. Y ahora te toca a ti, Eva.

—¿Qué vas a hacer, Yahvé? —exclamó Adán, horrorizado al ver a su amiga serpiente mutilada tan salvajemente, y a su mujer en peligro.

—A partir de ahora, todo va a cambiar para ti, Eva. Ya no dominarás más a tu hombre. Él te someterá con los peores trabajos. Serás su esclava, como un animal para él. Serás una cosa para él. Parirás a tus hijos con dolor y serán una carga para ti. Sin embargo, tu deseo te arrastrará hacia él. Por más que te haga sufrir, siempre le buscarás —dijo Yahvé. Y así fue. Merced al sortilegio de Yahvé, Eva sintió de pronto una gran necesidad de Adán, y lo miró con ojos que expresaban temor y desconfianza. Y, aunque algunas de sus descendientes lograron evitar la maldición, en todo el mundo fueron centenares de miles de millones quienes la sufrieron durante muchos milenios.

—En cuanto a ti —dijo Yahvé mirando a Adán con fijos ojos llameantes de odio—, vas a saber lo que es sufrir. Por desafiarme, maldita sea la tierra. Tendrás que bregar para comer. Regarás con sangre, sudor y lágrimas todos los campos en la lucha por sobrevivir. Y cuando llegue el momento morirás, porque he dispuesto que tu cuerpo se corrompa poco a poco desde este instante, hasta que mueras. Lo mismo reza para Eva.

Y así fue. Durante muchos milenios, la vida del hombre fue una constante lucha por la supervivencia. Sufrió agónicamente para conseguir alimento hasta que supo cómo tenerlo siempre cerca de él. Pero, aún así, sufrió penalidades y trabajos. Pues el trigo no crecía solo en abundancia, ni se ordeñaban solas las bestias que proporcionan la leche, ni se despiezaba sola su carne, ni se curtía sola su piel, ni se hilaban solos sus cabellos para fabricar ropajes que protegieran el cuerpo de los terribles inviernos que asolarían la tierra durante siglos para sufrimiento de la humanidad.

—¡Fijaos bien en ellos! —se burló Yahvé—. ¡He aquí al hombre que ha llegado a ser como uno de nosotros por el Conocimiento Universal! De poco ha de servirle.

Entonces los expulsó de ese territorio en dirección al oeste, y hechizó el Edén con su magia para ocultarlo a la vista de los hombres, de modo que no pudieran regresar y comer del Árbol de la Vida.

Mas, llevado de la precipitación, Yahvé cometió otro error. Adán comunicó a sus descendientes, Abel, Caín y Set, todo lo que pudo averiguar en el tiempo que duró su vida, tan sólo unos miles de años. Y así lo hicieron también sus descendientes, que habían heredado de Adán y Eva el acceso al Conocimiento Universal y una larga vida. Abel inventó la agricultura. Caín desarrolló la ganadería y el asesinato:

—¿Por qué me traes esa quijada, hermano?

—No es nada personal, Abel. Son los negocios.

A medida que las generaciones se sucedían, menor era la esperanza de vida, pero mayor el número de personas. Y cada una de ellas descubría un poco más. Pronto, hubo tantas personas que el Conocimiento quedó muy esparcido. Ciertas comunidades, que habían recuperado más información, vivían más y mejor que otras que habían recuperado menos.

Entre aquellos que vivían más y mejor estaban los llamados filósofos. En ocasiones, algunos filósofos fueron llamados dioses por sus seguidores. Así ocurrió en algunos lugares. Se trataba de personas que, en efecto, tenían mejor acceso al Conocimiento Universal que sus semejantes. Había que ser muy fuerte para vivir con tales conocimientos. Algunos consiguieron sobrellevar ese caudal extraordinario de información con bastante buen juicio. Tuvieron también el buen tino de transmitir cuanto pudieron a sus semejantes, aunque con más fortuna en unos casos que en otros. A unos pocos de éstos les fue posible utilizar ciertas artes así adquiridas de modo que aparecían ante sus semejantes como seres divinos capaces de portentosos milagros. Pero eran mortales. Se dice que uno o dos de estos hombres lograron emancipar sus almas de la carne y viajaron a morar con sus iguales, allá entre las estrellas, mas nada de esto ha sido demostrado con seguridad; las pruebas al respecto eran circunstanciales. Se sabe que sus cuerpos murieron, y es casi seguro que sus almas murieron con sus cuerpos. Si alguien halló el modo de anular la magia de Yahvé, su acceso al Conocimiento Universal debía rayar en la omnisciencia. Cuentan que un habitante del Mediterráneo oriental logró este nivel de conocimiento. Uno de los libros que narran la historia de Yahvé cuenta al final la historia de este hombre.

Un relato de Jean Mallart ©1998 JFP Mallart

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